jueves, 18 de enero de 2018

miércoles, 30 de marzo de 2016

Ocurre que en ocasiones me pongo a pensar y me pregunto cosas. Particularmente hoy me pregunto...¿dónde reside el perverso gusto de algunas personas en volver a lugares donde ya estuvieron y de las que salieron maltrechas? ¿ Por que creen que ante algunas situaciones, ante algunos Poderes, algunas decisiones, la aceptación es la única respuesta posible? ¿ Cuán poco vale el sueño ajeno para éstas personas ?
Las almas genuflexas conviven hoy en su vuelo con otras aves rapaces.-

viernes, 11 de marzo de 2016

domingo, 15 de septiembre de 2013

El Miedo



Desde tiempos inmemoriales la humanidad ha tenido que convivir con ese indeseable sentimiento que en ocasiones nos atrapa, nos domina, o directamente nos paraliza, y que denominamos miedo.

Pero, qué es el miedo??
Si me preguntan a mí qué es el miedo, la primer respuesta me traería referencias de mi niñez en noches de luces apagadas y voces dormidas.

Si le preguntamos al diccionario, qué es el miedo, éste nos contestará que es una emoción desagradable provocada por la percepción de un peligro, real o supuesto.
Uno siente miedo porque sabe, o supone que ocurre, o puede ocurrir algo que nos ponga en peligro.
No obstante, una cosa es escuchar la explicación del diccionario y otra cosa es sentir el miedo en carne propia.

Igualmente, pensaba que sería necesario hacer una diferenciación casi obligada, entre determinadas clases de miedo.
Por un lado podemos hablar del sentimiento de miedo vivido en una situación que nos resulta incontrolable, en una circunstancia que no podemos modificar. Piense cada uno lo que prefiera porque no voy a dar ejemplos de éste miedo.

Y por otro lado tenemos el miedo que podemos revertir a propio deseo o antojo. Es decir, el miedo sobre el cuál tenemos cierta potestad. Porque muchas veces somos nosotros los que elegimos al miedo. Muchas veces somos nosotros quienes elegimos sentir miedo.

Y elegimos sentir miedo, por ejemplo, cuando decidimos ver la película “El exorcista” antes que “Los viajes de Gulliver” o “La profecía” antes que “Virgen a los cuarenta”, por dar sólo un par de ejemplos.

Y es que la industria del miedo siempre ha tenido gran cantidad de adeptos, ya sea por elección, o por aceptación.

Vayamos mucho más atrás en el tiempo.
Mencionemos a Lovecraft, autor estadounidense de principios del siglo XX, universalmente reconocido por sus cuentos y novelas de terror, que gracias a sus seguidores contó por miles y miles la venta de sus libros, aunque para su desgracia, luego de haber abandonado éste mundo. De poco le sirvió.

Pensemos en Edgar Allan Poe, hijo de padre alcohólico, ser enfermizo, bohemio, pseudo vagabundo por momentos, autor prolífero también en materia de literatura tenebrosa. Claro, como tendría la cabeza el pobre Edgardo con tamaña mochila.

Incluso, como olvidarnos del amigo Stephen King, al cuál evoco más que como autor de obras de terror, como la persona que me infundió el miedo incurable que les tengo a los payasos.

Pero como quiera que fuese, y enmascarado tras cualquier formato, la fórmula del miedo siempre rindió sus frutos.
Voy a hacer un ejercicio y voy a poner al miedo como cara opuesta de la confianza. Como contraparte de la confianza

Si no existiera el miedo, por hacer una enumeración ligera, podríamos decir que no necesitaríamos de estacionamientos pagos, por ejemplo. ¿Para que pagar por algo de lo que no sentimos necesidad?
Porque no nos olvidemos que en las cocheras aquello por lo que nos cobran es por la sensación de seguridad en primer lugar. Por sentir la confianza de que nuestro auto va a estar allí cuando volvamos a buscarlo. Claro, y que va a estar entero.

Otro ejemplo rápido…tampoco existirían las agencias de seguridad, ni las alarmas, ni las casas de alarmas para casas sin alarmas, las alarmas todas!!! No existiría ninguna!!!

Pero lo mejor de todo, podríamos ir a comprar cerveza sin envase y no nos cobrarían la seña nunca!! Porque el almacenero devenido en chino no tendría miedo al embuste, a la macana!!!!!

Pero volviendo a lo anterior……¿que ocurre con ese miedo que no finaliza con sólo desearlo? Ese miedo que no podemos revertir huyendo del cine, apagando la tele, o dando vuelta la página del libro que estamos leyendo?

No estamos nunca del todo preparados para afrontar el miedo que no podemos controlar.

Quién no teme a algo?

Quién puede decir con sinceridad profunda…no le tengo miedo a nada?

Todos tememos algo.

A mí particularmente hay algo que me causa mucho miedo y es algo que lamentablemente entra en la categoría de aquellas cosas sobre las que no poseo control.

Yo tengo miedo de dejar de ser, de dejar de estar, de pasar del “es”, al “fué”

El fin de semana lo hablaba frente al río, nada menos, con un amigo. La conclusión que sacábamos de esto es que ante lo irreversible sólo queda la resignación. Y una pena profunda.
Para eso voy a pescar yo al río con mis amigos…para hablar del final de las cosas.
Por eso voy poco.

Pero para terminar, mayor miedo al dejar de ser, le tengo al no haber sido. Así que si ustedes no se ofenden, voy a seguir intentando tratar de ser, y con el menor miedo posible.-

viernes, 23 de agosto de 2013

Acerca de las escaseces idiomáticas

Es una tarea no siempre sencilla ésta de intentar transmitir cosas utilizando el lenguaje escrito. Poseemos un idioma riquísmo, que así y todo, muchas veces ( al menos a mí ), no nos alcanza. Pero no tiene él la culpa de ésto, sino aquello que llegamos a sentir a veces y que no puede explicarse por mucho que uno lo intente. Tenemos que recurrir a comparaciones o estrategias similares para acercarnos lo más posible a eso que intentamos contar que nos pasa. No siempre se puede. Pero a veces, sale algo. Aunque más no sea, un texto a modo de disculpas por esto.


Me resulta escaso el idioma.


Me resulta escaso el idioma español en ciertas ocasiones.
Ocasiones en las que no me alcanzan las manos de la imaginación para encadenar las palabras adecuadas.
Las palabras que describan, lo que siento al contemplar el mar.
Las palabras que describan lo que siento al oler la leña que se quema , y ver el fuego que crepita.

Como explicar lo que siento en un beso de mis hijos?

Con que certera semilla siembro éste jardín renglonado?

No podría expresar que sentí, leyendo a Borges por primera vez.
Porque fue leyendo a Borges, que me extravié en ruinas circulares.
Protagonicé su cuento, soñando al hombre que Borges mismo soñaba.

Mucho antes, fuí Tom Sawyer huyendo de tía Polly rumbo al río Mississipi.
Sufrí los golpes de Zezé a manos de su padre en “Mi planta de naranja lima”
Otras veces fuí Oliveira yendo a buscar a La Maga, en la rayuela que Cortázar en mi memoria dibujó

Hace unos días fuí “El Elegido” de Thomas Mann, y luego un hombre cucaracha en un libro de Kafka, para unas horas después pelear junto a Aquiles en la guerra de Troya.

Pero claro, qué palabras utilizo para expresar todo esto?

Por mucho que las busco, aún no consigo hallarlas.
A la espera que esto ocurra, voy a perderme otra vez en ese mundo edificado por libros.
Voy a hurgar entre puntos y comas.
Voy a colgarme de acentos y apóstrofes.
Y cuando el sol finalmente se oculte, me cubriré una vez más con alguna de esas páginas que resguardo en mis bolsillos.

Mientras tanto, la noche está estrellada, y tiritan, azules los astros, a lo lejos.


La paciencia

Muchas cosas me fueron ocurriendo en el transcurso de éste último tiempo que hicieron que se me tornara difícil dedicarle tiempo al blog. Por momentos tuve que armarme de paciencia aguardando el momento preciso para tener un lugar en los días que camino. Paciencia que de a momentos mermaba, pero que de una u otra forma, siempre estaba ahí. Esto hizo que empezara a pensar en la paciencia, justamente. Qué es, qué signica, o cuánto nos ayuda, en el mejor de los casos. Debajo de ésta introducción transcribo un texto que a eso se refiere.

La Paciencia


La paciencia es la más heroica de las virtudes, precisamente porque carece de toda apariencia de heroísmo. Esta es la respuesta de Giácomo Leopardi, autor italiano nacido unos años antes del 1800 a mi pregunta: “Qué es la paciencia ? ” La paciencia es el mostrador en el que nos acodamos a la espera de aquello que tal vez no llega nunca. O sí llega, pero muchas veces cuando ya no nos importa tanto.
La paciencia.
La paciencia por ese día que no llega. La paciencia por esa persona que esperamos y no nos toca nunca el timbre. Que no nos golpea la puerta!!!!!!!
El llamado telefónico que se hace desear.
Y ella junto a nosotros. Siempre ahí. Riéndose burlona, o sosteniendo una vela cada vez más próxima a consumirse del todo.
Lo más terrible, es que la paciencia siempre está ligada al tiempo, inevitablemente. Ligada a ese tiempo que perdemos esperando cosas que tal vez no sean para nosotros.
Perdemos el tiempo esperando cosas que no nos tiene reservadas el destino. Y nuestra obsesión, nuestra obstinación por la espera de aquello, no hace que ésto cambie ni un poco. O sí. La obstinación suele empeorar las cosas. Pero para no quedarme con ésta idea solamente, ésta idea trágica de la paciencia, decidí verla como a una mujer. Entenderla como a una mujer. Mujer que, como tal, podría llegar a tener la capacidad, por qué no ?, de ser madre.
Concluí que la paciencia sólo podría llegar a engendrar dos hijos: el éxito, o el fracaso.
En el primero de los casos, es decir, si engendrara el éxito, simplemente nos abandonaría. Se iría.
Por decirlo de un modo más explícito, cuando la paciencia engendra al éxito, perece en el parto. Ahora bien, ¿Que sucede cuando es al fracaso a quién engendra ? Pues también perece, pero un tiempo después. Aquí se muere de puro vieja. Se muere de cansancio. Pero más allá de las circunstancias, o de su modo de irse, de acabarse, la paciencia nos acompañará a lo largo de toda nuestra vida. Hasta el final inclusive. Por eso, conviene llevarse bien con la paciencia, y darle el lugar que debe ocupar, pero nada más. Llevarse bien, pero no hacerse amigo. Eso está reservado para quienes hallan remedio en la resignación. Y quienes se resignan, ven como paciencia a aquello otro que es la desesperanza. No lo saben, pero la paciencia se les murió de agotamiento. Creo entonces, que no está bien resignarse. Porque...quién sabe?.
Quizás la mujer que aún no nos tocó el timbre sólo está demorada por un piquete en el obelisco. A lo mejor, ese día que ansiamos que llegue está vistiéndose de gala para recibirnos. Tal vez, mientras compartimos ésto, haya alguien buscando nuestro número telefónico en su agenda.
Por si acaso, siempre llevo conmigo dos flores. Una para la mujer que espero, y otra para la paciencia, en su último día.

La inmortalidad en perspectiva ( consejo para no morir )

Hola gente; después de algún tiempo vuelvo a subir algo. Este texto lo armé para un taller de radio. Espero que les guste. Saludos!!

La Inmortalidad en perspectiva ( Consejo para no morir )

A manera de prólogo comienzo contando que Jorge Luis Borges fue un autor argentino nacido en Buenos Aires en agosto de 1899. Su prolífica obra, está compuesta por ensayos, novelas, poemas, y cuentos. Adentrarse en su mundo es dejarse caer en un laberinto hecho de espejos, de sueños, de locura, de vida, y de muerte. Y justamente a esto se refiere en su cuento: “El Inmortal”; a la muerte. O mejor dicho, a la ausencia de ella. Y al deseo de Inmortalidad del hombre.
La historia en cuestión nos habla del explorador que atraviesa incontables desiertos hasta hallar la Ciudad de los Inmortales. Ciudad que posee un río de aguas mágicas de la cuál beben sus habitantes, pues los dota con la Inmortalidad. Lo mismo que a cualquiera que de ellas se sirva.
Pero ocurre que éstos seres, demuestran una proverbial apatía hacia cualquier empresa que deban acometer. Son derrotados diariamente por el desgano. Este hecho se explica del siguiente modo: “Adoctrinada por un ejercicio de siglos, la República de los hombres inmortales había logrado la perfección de la tolerancia, y casi del desdén. Sabía que en un plazo infinito le ocurren, a todo hombre, todas las cosas, repito: le ocurren, a todo hombre, todas las cosas”

Comencé a pensar entonces en la seducción que nos produce la palabra Inmortalidad. El deseo de Inmortalidad es inherente a la condición del ser humano casi de modo inevitable. El deseo de trascender el tiempo, el deseo de estar, pero de quedarse, y quedarse para siempre.
Pensaba también, en como el correr de los años nos acerca cada vez más a nuestro último exámen, a nuestra última prueba. Entendí entonces, cuánto hacemos, secretamente empujados por éste miedo intrínseco.
Y entendí que la nostalgia no es más que el deseo de volver a aquél tiempo, en el que éste temor, ni siquiera era sospechado. Porque claro, antes……antes sí, éramos inmortales.
Movilizado por la resignación y la bronca, eliminé entonces de mis contactos a mis compañeros de estudio de otras épocas, porque supe de una vez, que yo no quería volver a verme con mis compañeros de primaria. Lo que quería, en realidad, era volver a ser yo, ese alumno de primaria. Ese que ignoraba más de lo que sabía, igual que ahora, pero con menos culpa.
Es tentadora la idea de Inmortalidad, y sería extraordinario poseerla. Pero ésto es solo a simple vista. Olvidamos los problemas que traería aparejados consigo. Y no me refiero solo a presenciar la decrepitud y posterior abandono de éste mundo de los seres que amamos, sino que como les ocurre a los hombres del cuento, caeríamos también, e inevitablemente en la apatía absoluta, sostenida por el conocimiento de que todo, a todos, en algún momento nos ocurriría. Todos en algún momento, seríamos ese alumno de primaria. Otras, tal vez, un abogado, otras, quien sabe.
Pero para sentirnos inmortales, sin serlo, puede obrarse una trampa, y que es la siguiente: “Debe asumirse como toda una vida, cada día que ella contenga. Y deben llevarse todos y cada uno de ellos, de la mano de nuestros deseos” Alguno se verá satisfecho sólo con salir a caminar descalzo. Otro lo hará siendo un primer novio. A otro le alcanzará con ser un retrato en la cómoda de la vieja. Otro será una promesa que nunca se cumple. Y otro obtendrá satisfacción contándole a ustedes, que una vez existió un hombre llamado Jorge Luis Borges, que escribió un cuento llamado “El Inmortal”
A propósito, y volviendo a Borges, él fallece en Ginebra ( Suiza), en 1986. Y yo, por suerte, varios años después.-